domingo, 18 de abril de 2010

EPILOGO DE UN AMOR EN DESVELO

Aquel abandono sentí ese día después de haber leído un par de libros que me prestó mi amigo. Lo sentí al dar cada paso de la escalera, viendo los rostros de los compañeros y sus ojos tristes, escondidos del sol de las dos de la tarde, marchitos, lejanos, aunque yo los conocía bien, de hace algunos meses, tan largos y monótonos que alguna vez quise desear y luego odie.
La verdad es que muchas veces pensé en volver a esa monotonía de tardes calurosas y olor a tabaco y babas.

La verdad es que estaba mal, y si, quería algo nuevo, algo que me hiciera olvidar aquella habitación tan desconocida pero a la vez cómoda.
Quería olvidar esa habitación con olor a camisa usada y a sandia con splash de sabor a fresa; la sentía tan conocida, como si ha hubiera vivido allí, un maldito Deja-vu de sensaciones en la boca del estomago, un deja-vu de aquella tarde de sábado después del sudado de carne, ese maldito deja-vu y esa maldita sensación de comodidad y satisfacción propias de un presagio de catástrofe.

Quería mandar todo a la mierda, porque me gustaba esa comodidad, la anhelaba desde el momento en que sentí que no tenía hogar, una casa, siempre ansié sentir la comodidad, la tuve, y se fue.

El aroma de las paredes y las sabanas, era enviciante, tanto que rogué nunca tener que abandonar esas tardes llevaderas de calor de axilas y repeticiones del chavo, quise instalarme en el tejado de madera y desde allí observar los pleitos acerca de que canal ver o por mendigar un beso.

El tiempo paso de manera lenta, los días eran apacibles e incluso la lluvia parecía interesante, envueltos en las cobijas de osos y del agua de panela con leche, vivía un sueño, olía ese sueño, acariciaba ese sueño, la acariciaba y la habitación parecía llenarse de rayos tenues de ocaso de viernes, no quería nunca dejar de tomar de ese mug de oreja de perro, ese que ella estreno el día que tuvo la libertad de llegar a las 3 o a las 23, quería seguir extasiado de esas babas de almohada y de conversaciones sobre puntillas en el cielo raso.

Pero el acto de realidad ya había hecho su entrada y el ultimo capitulo duro tan poco que pronto tuvo su epilogo, un arduo análisis de psicoanálisis y metáforas idiotas.

Aquella dualidad de sentimientos había acabado, la última entrega fue triste, la ultima promesa, inútil, todas las puntillas del techo fueron jurado de un último beso, uno que estaba roto, que era traicionero, gris, nauseabundo, lleno de lentitud, de frenesí, un hasta luego que se convirtió en un adiós blasfemo.